Había
una vez... una cuentacuentos
Por Fernando Milsztajn
fmilsztain@clarin.com
La
historia de Débora Masovetzky (39) no debería
ser escrita jamás. ¿Tiene sentido trasladar al
papel la vida de una cuentacuentos profesional? Hay que escucharla
de su propia boca, hechizándose con sus gestos y
silencios. Por desgracia, mientras el diario no venga con parlantes,
no hay alternativa.
La leyenda de la cuentacuentos comienza en su infancia, cuando
la pequeña Debi “vivía” los “había
una vez...” de su abuela y abría los ojos bien
grandes con las fantasías improvisadas del abuelo José.
Ellos fueron su mayor influencia. “De chiquita me metía
en la Feria del libro y salía con una bolsa llena de
textos que devoraba en las tardes”, recuerda. Ya de grande,
aun sin ser abuela, se anotó en un curso para abuelas
narradoras. “Nosotros contamos, no leemos –explica-.
Es una recreación del texto con condimentos personales”.
Mientras sirve café, un ojo la espía desde la
rendija de la puerta. Es su hija Judith (10), que alguna vez
fue oyente de fábulas desde un lugar “atrapante”:
la panza de su mamá. “mis nenes son el auditorio
de prueba para mis ensayos; Judith a veces me hace críticas
devastadoras”, cuenta. Y aclara: “Los chicos son
el público más difícil. Si a un adulto
no le gusta, se la banca a cara de piedra y aplaude igual; pero
los pibes se aburren y al minuto empiezan a hacer lío”.
Débora trabaja como maestra de inglés, pero su
objetivo es ganarse la vida con su pasión. Y va en camino,
ya que el jueves pasado “hipnotizó” a alumnos
de las EGB nº1 y Nº2, de Olivos, en el Festival Latinoamericano
de Cuentacuentos “Te doy mi palabra 3”. También
le encanta formar narradores: durante un año compartió
sus secretos con los pibes de 7º de la EGB Nº12.
El terror es el género más pedido, pero ella trasmite
más magia con “la primera cita”, un cuento
propio que devela cómo conoció a Miguel, su marido.
“Hace 14 años -empieza la cuentera-, después
de ir a 328 bailes, mi papá me convenció de probar
con una casamentera...”
Sus palabras detallan sensaciones y la conclusión es
clara: hay historias que se cuentan mejor cara a cara.