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La señorita Lacroux

 -Buenos días, buenas tardes, buenas noches... ?- Esa, era la forma en que el despachante del correo la saludaba a Solange Lacroux.
Ella traía cajas, a menudo grandes, a veces pequeñas, pero siempre excesivamente perfumadas, y todas para ser enviadas a Nantes, su casa de campo heredada, ubicada al noroeste de Lyon, su ciudad natal, justo al otro lado del mapa. Allí, donde la señorita Lacroux, de unos cincuenta y tantos largos años y una fealdad absoluta, había encontrado, milagrosamente, a Jacques, su novio, con el que prontamente se casaría.
Nada, nunca, nadie, le había visto la cara a Jacques, pero se decía que era un terrateniente venido en desgracia, que había sabido ser un buen comerciante en sus años mozos, y que ahora sólo estaba con Solange por su dinero.
En cuanto a la señorita Lacroux, era una persona muy culta, gustaba de leer tanto Biología, como Política, por tal motivo uno de sus libros de cabecera era del autor, político e historiador italiano llamado Maquiavelo. Muchos decían que para su nuevo hogar había mandado a construir en madera oscura y con letra gótica la famosa frase: “El fin justifica los medios”.
Quien dijo que todas las novias son bellas, se habría dado cuenta de su error al ver a Solange. Si bien la gente del pueblo se había acostumbrado a su feo rostro, no podían entender, el por qué una novia pronta a casarse tendría en su cara el ceño fruncido, triste y desamparado que marcaba más una catástrofe, que una alegría.
Lo que nadie imaginaba era que ella había descubierto que él era un hombre lascivo, con todas, pero no con ella. Así unos días antes de su fecha de casamiento, tomó, sin que nadie más supiera la decisión, y en un ataque de locura, le clavó un estacazo en la nuca, luego lo cortó en pedazos manuables y lo fue poniendo en sustancias balsámicas para que no se pudriera.
Más tarde consiguió cajas en las cuales lo envolvió primorosamente, junto a pétalos de rosa y así día tras día fue llevando a su novio al correo, y fue enviándolo a su casa de campo.
Cuando ella también estuvo allí, desarmó los paquetes, y fue armándolo en la cabecera de la mesa, ayudándose con varias sillas, una para apoyar su tronco, y otras para mantener unidos sus brazos al cuerpo.
Cuando hubo acabado con la tarea, tomó un baño, preparó la cena, se vistió para su noche de bodas, prendió el candelabro, se pintó los labios y le dio su primer beso en la boca.
Después de comer, y para no provocar suspicacias (de parte del muerto), lo volvió a separar: colocó sus piernas y pies en el vestidor, sus brazos en la cama, junto a ella, la cabeza en la bacinica y su torso en la bañadera.
Mañana lo volvería a armar, después de todo, ese día, ella fue una novia...y las novias son como reinas, y así cumplió el mandato de Maquiavelo que decía:
“Divide y Reinarás”.

Juan Miguel Zindel Perl 15/6/2005

 

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